Ignacio Muro Benayas

Política, economía, medios, participación

Dos caminos para la globalización: repliegue nacional o Ruta de la Seda.

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ElDiario.es/ @EcoEFC

El presidente chino Xi Jinping ha firmado el primer memorándum de adhesión de un país del G-7 a la Nueva Ruta de la Seda. El país de Marco Polo, comerciante veneciano y mito nacional que simboliza la apertura intelectual del renacimiento italiano hacia Oriente, se engancha a una iniciativa que reedita aquella experiencia.

Las criticas recibidas por Italia demuestran hasta qué punto la iniciativa china alimenta fobias y se percibe con lógicas de guerra fría y repliegue nacional, solo en clave de competencia tecnológica y geoestratégica.

No solo es Trump. La nueva dinámica está calando ya en el corazón de Europa. El Plan alemán “Estrategia Industrial Nacional 2030”, incorpora, en palabras del ministro de economía germano, Peter Altmaier, el derecho a intervenir en industrias estratégicas para defenderse de los movimientos corporativos de las multinacionales chinas.

¿Es de verdad la única mirada posible? ¿No son la Franja y la Ruta de la Seda una alternativa a la sequía de demanda en que parece encontrarse la economía mundial, que solo apunta cómo salida al militarismo y los tambores de guerra?  ¿No es también un paso que nos señala que “otra globalización es posible”?

Agotamiento de la globalización neoliberal: del multilateralismo colaborativo al unilateralismo imperial.

El actual es el segundo repliegue desde los felices 90, la época dorada del multilateralismo colaborativo,abandonado en 2001 con la caída de las Torres Gemelas, cuando EEUU acompañó las soluciones militares (Afganistán, Irak) de un nuevo bilateralismo instrumentado mediante una tupida red de “tratados comerciales de nuevo tipo”, en la lógica del TTIP.

La llegada de Trump en 2017 ha supuesto, simplemente, otra vuelta de tuerca en la misma dirección y conducido la gobernanza global hacia el unilateralismo imperial adobado de repliegue nacional.

¿Qué tendencias de fondo justifican este endurecimiento del poder? ¿Cómo se conectan con la ralentización del crecimiento y el comercio internacional y con los cambios tecnoeconómicos que provocan la digitalización y la descarbonización?

La dispersión de actividad a favor de China y los países emergentes, simbolizados en los BRICs, empezaba a tener efectos en los equilibrios geoestratégicos del mundo. El informe de UNCTAD 2005 señalaba ya que más de la mitad de las transnacionales que más habían gastado en I+D habían utilizado China, la India o Singapur para desarrollar sus programas. Era evidente que no se limitaban ya a ser los centros low cost especializados en fabricación de mercancías intensivas en trabajo: la transferencia de tecnología y el desplazamiento de centros de investigación hacia los países periféricos, especialmente hacia China, les permitía comenzar a mostrarse competitivos también en actividades de medio y alto valor.

La expresión política de ese salto cualitativo se produce en 2013: el presidente Xi Jinping abandona definitivamente la política de perfil bajo y máxima prudencia, tradicional en China desde Deng Xiaoping, y opta por “sacar pecho” (demasiado pronto según sus críticos) con dos iniciativas de gran calado: una interna, “made in China 2025 que manifiesta su voluntad de liderar la transición hacia la electrificación y la digitalización de la economía, y otra externa, la Ruta de la seda (One Belt, One Road) que supone la puesta en marcha del mayor programa de infraestructuras de la historia que afecta a 65 países con una población de 4.400 mill.

Las políticas de austeridad y la caída del comercio hunden las fuentes de demanda

EEUU se siente impugnada por China como potencia emergente que gana influencia en áreas de Asía, Africa y Latinoamérica que hasta no hace mucho las sentía como “propias”. La opción de repliegue unilateral  capitaneado por Trump se produce, además, en un contexto recesivo muy problemático para la economía mundial. Con tipos de interés en mínimos y la deuda en máximos, y agotadas las políticas monetarias, la ausencia de un motor que impulse el crecimiento global da lugar a lo que Larry Summers denomina “tendencia al estancamiento secular” o Dany Rodrik  denomina “cambio estructural reductor del crecimiento”.

Por un lado, la obsesión occidental con las políticas de austeridad provoca continuos descensos en los salarios reales que perjudican el consumo que aporta entre el 60% y el 70% de la demanda nacional en los países desarrollados.


Por otro, no encuentra soluciones a la persistente ralentización del comercio internacional que ejemplifica el agotamiento del modelo neoliberal basado en la competitividad exterior. Si entre 1990 y 1995 crecía casi 3 veces el PIB global, entre 1996 y 2000 su velocidad disminuía hasta casi 2,5 veces y entre 2000 y 2008 seguía descendiendo hasta 1,6 veces el PIB global. Después de la crisis, entre 2011 y 2016 ese ratio sigue descendiendo y pasa a ser solo de 1,1.

Significa que se han agotado los efectos de la caída del muro de Berlín y de la conversión al “mundo libre” de los países ex-comunistas, que aseguraban demanda externa vía comercio internacional. Significa también que han fracasado las soluciones implementadas para relanzarlo mediante la liberalización del intercambio de servicios, vía acuerdos tipo TTIP, que buscaban convertir la sanidad, la educación y otros bienes públicos en objetos de comercio global.

El resultado es que ni la demanda externa, representada por el comercio internacional, ni la demanda interna, representada en el consumo, son motores suficientes para el crecimiento del PIB.

La necesidad de un gran impulso público: el momento de un New Deal global.

El motor que reclama una coyuntura definida por innovaciones continuas, no puede ser otro que un gran impulso público. Cómo señala Mariana Mazzucato, en los momentos de cambios tecnológicos rupturistas ha sido siempre así. Solo si aparecen impulsos institucionales que asumen el riesgo de impulsar grandes proyectos de largo plazo es posible atraer y enganchar al cambio a los sectores económicos que tiene más capacidad de arrastre. En su ausencia el mercado no es capaz de generar suficiente masa en los espacios de frontera para impulsar la alta innovación y la productividad en las actividades centrales.

Esos proyectos no pueden quedarse aislados en el marco del estado-nación. Ni siguiera en un marco regional como el que representa la UE. Se necesitan grandes proyectos que impulsen simultáneamente integración económica e incremento de la demanda efectiva y que superen las fronteras interiores europeas a la manera de un gran New Deal global.

No hay otro proyecto a la vista que reúna esas condiciones como la Ruta de la Seda. Cómo es sabido se trata de un gigantesco proyecto colaborativo que busca multiplicar la conectividad global con una red de “rutas”, terrestres y marítimas, en un vasto proyecto de infraestructuras e intercambios culturales y tecnológicos con capacidad de movilizar en 10 años un importe equivalente al 25 veces el PIB español basado en la colaboración público-privada. No pone el acento en la desregulacion de servicios (a la manera de los TTIP)  sino en la necesidad de generar demanda efectiva a la manera keynesiana en un esfuerzo inversor descomunal con gran capacidad para inducir actividad y nuevas relaciones comerciales.

No es el momento de alimentar fobias miopes. Apoyarlo decididamente es una oportunidad para recuperar la lógica multilateral y la transparencia y reciprocidad en la colaboración tecnológica, eliminando con ello la ventaja que se le concede a China por ser su impulsor.

Ese es el camino. Lo contrario tiene nombre y apellidos: sucumbir a los demonios del nacionalismo y los “tambores de guerra”.

Written by Ignacio Muro

12/04/2019 a 12:19

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