Ignacio Muro Benayas

Política, economía, medios, participación

La fragilidad del empleo se acentúa con la economía digital.

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empleo

Para diario Bez/EcoEFC

La evolución a corto plazo del empleo que reflejan las estadísticas del paro registrado o las encuestas de EPA, su poca calidad asociada a la contratación temporal y precaria, suele preocupar, con razón, a los ciudadanos.

Sin embargo, no es habitual preguntarse en qué medida determinados rasgos de los nuevos empleos están conectados con los cambios tecnológicos que percibimos diariamente. Ello nos llevaría a responder a las siguientes preguntas:

¿Por qué el aumento de la productividad que sin duda provocan estos cambios no ha elevado el nivel de vida de la mayoría de la gente?

¿Y por qué existen dudas razonables sobre su influencia negativa sobre la calidad del empleo o, incluso, sobre el riesgo de que provoque, esta vez, una destrucción neta de puestos de trabajo?

Alrededor de ellas surgen dudas que son compartidas por tecnólogos y economistas pertenecientes a instituicones de primer nivel y que pueden resumirse en dos cuestiones fundamentales: si la pérdida de empleos provocada por la digitalización encontrará contrapartida con la creación de otros que equilibrarían la balanza. Y si la tecnología digital será, a pesar de los incrementos de productividad que provoca, una fuente añadida de desigualdad social.

En el fondo se trata de cuestionar si el optimista “principio de la destrucción creativa” elaborado por Schumpetter se cumplirá esta vez. O, en otras palabras, si la combinación entre una inestabilidad financiera recurrente, con crisis periódicas que provocan una destrucción indiscriminada de tejido productivo, unido a la creciente fragmentación y la consecuente debilidad negociadora del trabajo, y, por último, a un cambio tecnológico rupturista, que es el aquí se analiza, nos coloca ante un escenario con consecuencias sobre el empleo absolutamente diferentes de las conocidas en otras revoluciones industriales.

¿Desempleo masivo o solo cambios en la división del trabajo?

Los diversos estudios que analizan la influencia tecnológica en el mercado de trabajo norteamericano suelen utilizar los últimos años del siglo pasado como referente de la consolidación de la nueva ola tecnológica. Esos estudios han ocupado no solo a grandes especialistas sino a instituciones de prestigio como el MIT que publicó un extenso informe sobre el futuro del mercado de trabajo en 2012 o, más recientemente, en 2014, al Instituto Pew Research que elaboró una encuesta entre casi 2000 grandes expertos que debían responder sobre la incidencia estimada del cambio tecnólogico sobre el empleo neto en el horizonte 2025.

Si añadimos a esos análisis prospectivos los informes que la OCDE ha realizado sobre los cambios en el mercado de trabajo desde 1995 , obtenemos un horizonte de 30 años, que trasciende lo meramente coyuntural y que señala tendencias de un ciclo largo tecnológico con una cierta consistencia estructural.

La conclusión dominante que parece desprenderse es que esos cambios aventuran no tanto una oleada de desempleo masivo como, fundamentalmente, cambios en la división del trabajo y en el uso del empleo cualificado que, de alguna forma, rompe con los paradigmas que identificamos con la llamada Sociedad del Conocimiento.

Si esos diagnósticos anticipan efectos negativos sobre el empleo en EEUU, siendo indiscutible primera potencia tecnológica, parece obvio que las consecuencias para los países de la UE serán peores, en mayor medida, para los que como España ocupan posiciones intermedias en la cadena de valor. De alguna forma, la sobrecualificación y la precarización del empleo que sufren ahora nuestros jóvenes, quedarían enmarcados y serían solo un anticipo de una oleada general.

El «ahuecamiento» y la polarización del mercado de trabajo

Los cambios en los procesos productivos nos adentran en algo parecido a un nuevo taylorismo. Las tareas más complejas, como la programación de una computadora o la redacción de un escrito legal, se pueden ya descomponer en partes, del mismo modo que el taylorismo descompuso, a comienzos del siglo XX, las operaciones humanas más mecánicas.

Las mutaciones previstas tienen una doble dimensión: por un lado, revolucionan los subsectores de servicios más conectados con los profesionales del conocimiento; por otro, convulsionan los procesos industriales y manufactureros por la entrada de una nueva generación de robots de propósito general. Las nuevas máquinas no están ya concebidas para unos determinados puestos de trabajo de unas determinadas industrias sino que son adaptables a diversos tipos de negocios, afectan a tareas comunes a muchos sectores.

En cualquier caso, la aportación del ser humano queda profundamente alterada, porque cualquier trabajo que pueda sistematizarse en rutinas, está abierto a la automatización total o parcial.

Lo que el economista del MIT David Autor señalaba en 2010 está siendo confirmado por los hechos: el mercado laboral se esta «ahuecando» en las economías de la OCDE. Las oportunidades se concentran cada vez más, por un lado, en unos pocos empleos de alta calificación y salarios muy altos dedicados a tareas abstractas y, por otro, en una mayoría de perfiles de baja calificación, principalmente puestos de trabajo de la industria de servicios en el escalón peor remunerado (preparadores de alimentos, ayudantes de cuidados en el hogar y otros asociados a las diferentes formas de venta). Los roles funcionales se redefinen y el empleo se polariza.

Lo novedoso es que son los puestos de trabajo intermedios los que empiezan a desaparecer, lo que significa que están en peligro una buena parte de los empleos más cualificados ocupados por licenciados que hasta ahora representaban a las profesiones liberales independientes, como arquitectos, médicos, abogados o profesores. Los mismos que sustentaban las clases medias tradicionales. Ellos, y otros como ellos, se verán afectados en la medida que realizan trabajos de los que se pueden segregar funciones rutinarias o en los que nuevas aplicaciones puedan aprovechar, por ejemplo, su capacidad para analizar imágenes o comprender el lenguaje en contextos complejos. Obviamente, los puestos de trabajo que los sustituyen requerirán solo las capacidades suficientes para operar esas aplicaciones estandarizadas. Justo lo contrario que lo que vislumbraba la Sociedad del Conocimiento.

Dos conclusiones son destacadas por los expertos incorporados al panel del Pew Research: por un lado, seguirá ensanchándose el abanico salarial entre los diferentes tipos de trabajadores; por otro, muchos de los empleos perdidos en los últimos años no van a volver.

Cambios en la naturaleza del trabajo y el “contrato social”

Si esa nueva forma de producir acarrea profundas implicaciones en la organización del trabajo, también lo tendrá en la naturaleza del contrato social. La industrialización acelerada de los servicios dará lugar, de un lado, a nuevos espacios de concentración de efectivos humanos, con sueldos base, potencialmente propensos a reivindicaciones colectivas, y, de otro lado, a la explosión de un nuevo perfil de autónomos, asociadas a la figura de lo que John Moravec denomina knowmads, nuevos profesionales nómadas, personas disponibles para trabajar a cualquier hora, en cualquier lugar.

Los think tank y otros centros de pensamiento estratégico se están ocupando ya de ensalzar el papel de esos freelance globales considerados modelo y ejemplo de la libertad del “nuevo trabajador” como la más adecuada a los nuevos tiempos.

Con ello, empiezan a dibujar un nuevo modelo social que hace evolucionar el paradigma neoliberal con nuevos mitos: en el futuro, la estabilidad en los ingresos familiares requerirá a los miembros activos asumir, “en plena libertad”, diferentes trabajos “a tiempo parcial”, con horarios dispersos y retribuciones variables, complementados con ingresos marginales obtenidos de compartir activos (casas, coches, tiempo) siguiendo las pautas de la denominada sharing economy. Con el resultado de una “más fácil conciliación de la vida familiar y laboral”.

¿Le preocupa el diagnóstico? Pues confiemos en que la sociedad, (o sea, nosotros mismos), encuentre el camino para que se repartan adecuadamente los incrementos de productividad generados por el cambio tecnológico, desde luego suficientes para mejorar los niveles de bienestar heredados siempre que su reparto entre capital y trabajo sea el adecuado.

Written by Ignacio Muro

03/01/2016 a 07:27

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